lunes, septiembre 03, 2007

UNA PLACIDA NOCHE

POR: CESAR AUGUSTO RUIZ OLARTE
Cuando salimos de nuestra casa cada mañana pensamos que será en buen día, quizá el mejor de nuestras vidas, que nos irá bien en el trabajo o en el estudio ya sea en el colegio o en la universidad, planificamos lo que vamos a comer o donde lo haremos, sacamos nuestro reproductor de MP3 o el teléfono celular para oír música y desconectarnos del mundo mientras es la hora de cumplir con nuestros deberes. Algunas veces renegamos la idea de levantarnos temprano y dejar los tendidos blancos y mullidos de nuestras camas para ponernos de pie, nos molesta el desayuno que nos preparan porque no es de nuestro gusto o no va de acuerdo con los parámetros dietarios que mantienen cuerpos esculturales, pensamos en no encontrarnos por casualidad alguna persona que nos incomoda, no hablar con el o con ella.
Algunos suben a sus carros, otros toman el transporte urbano y los restantes vamos a pie, estamos cómodos, nuestro estomago esta lleno hemos desayunado, alguien seguramente se despidió de nosotros con un beso e incluso una bendición, tendremos definitivamente donde llegar en la noche, parece que todo va a ser normal.
Sin embargo hoy encontré algo que me cambio esa idea de que todo pasa, de que el resto de las situaciones que vive el mundo se pueden abordar con indiferencia o sencillamente no abordarlas. Cuando Salí de casa encontré a un niño de unos diez años durmiendo en la acera de la iglesia de mi barrio, no lo pude creer, era una criatura indefensa que seguramente no pudo conciliar el sueño en toda la noche. Mientras yo dormía placidamente el estaba a la intemperie, mojado su cuerpo por la lluvia inclemente que sin piedad cayo toda la noche, su colchón era el piso helado, sus cobijas eran trapos derruidos por el tiempo y algunos cartones que darían la ilusión de comodidad, también de almohada.
Me acerque tímidamente y lo observe, pensé que podría ser uno de mis estudiantes, uno de mis sobrinos, era solo un niño, no lo podía creer, tirado en la calle como un despojo alguien que no tiene la culpa de absolutamente nada, ni siquiera pidió nacer en esta ciudad, en este país indiferente, no tiene la culpa de las desiciones de sus padres ni de los gobiernos, seguramente el prefiere la idea de invertir en más educación y menos en guerra, más en hospitales y menos en tanques homicidas, mas en la vida que en la muerte.
Cuando estuve cerca abrió los ojos, se asusto, pensó que quería hacerle daño, sin darme tiempo de reacción se levanto y salio corriendo. Me quedé petrificado, sin palabras, en blanco, desconfió tanto de mi como del mundo y me sentí triste al pensar que muchos niños en nuestro país estarán en la misma condición, mientras pienso en ropa de marca, en restaurantes de lujo, en culpar al gobierno que es tan culpable como cada uno de los transeúntes que no hacemos nada para cambiar la realidad de estos pequeños que habitan un mundo que hace tiempo, quizá desde nacer los condenó al olvido.